Buscar este blog

miércoles, 6 de abril de 2016

UNA SIESTA POR LA TARDE



UNA SIESTA POR LA TARDE





 Dormía plácidamente su merecida siesta, reposando el hastío de un día inmenso y lleno de cosas aun sin hacer. A lo lejos, el ruido del niño de la casa anunciaba el desorden de juegos y carreras propias de sus dos años y medio.

 Eso no le importaba en lo absoluto; la prioridad era el descanso por sobre todo, y bajo ese último razonamiento fue hundiéndose en su almohada bajo el peso de sus párpados. Era una noche en miniatura, para dormirla y soñarla en mitad de la tarde.

 Entonces comenzó el viaje. Un viaje de los que nos llevan a lugares arrancados de fantasías lejanas, esas tierras donde lo onírico se llena de vida y lo absurdo cobra sentido.  Aquel reposo sublime fue a dejarlo allí, dentro de un sueño en el que era amo y señor de un castillo inmenso que colgaba al revés en el cielo.

 En ese castillo era rey y reinaba el mundo, todos los mundos, los de arriba y abajo, los de dentro y fuera. Era el supremo gobernante de tierras infinitas y mares misteriosos; un gran señor que tenía una leona ilustre por esposa.

 Un rayo de sol se colaba por la ventana, y mientras le molestaba en los ojos con la insistencia de un mosquito, lo iba sacando de su palacio, quitándole de a uno todos los reinos del mundo.

 No importaba. Apenas habían pasado diez minutos desde el inicio de su descanso. Entonces un bostezo largo lo trasladó a un teatro, y allí, viéndose bohemio y libertino, recordó un amor pasajero al ritmo de un jazz eterno que salía desde una trompeta lastimada.

 Fue cuando la vio acercándose hacia él, y juntos, montados en el sopor del vino, fueron a recorrer el mundo sobre la ciudad mientras perseguían la luna, hipnotizados, como quien busca el espejismo más grande del mundo.

 En este sueño durmió sin descanso; ambos corrían para besarse uno al otro, implacables y siempre al ritmo de una canción distante, que sólo podía oírse a medio camino del cielo y el suelo.

 Un ruido lo despierta. Ya no importa y abre un ojo satisfecho observando al pequeño, que a cada paso va descubriendo nuevos mundos repletos de colores y aventuras. Todo estaba en orden, y sin perder de vista al niño, casi sin notarlo fue a caer de golpe en una selva, y allí, convertido en el cazador más formidable, iba en busca de la presa de mayor peligrosidad.

 Su tercer sueño lo convirtió en un tigre, que rondaba furtivo entre la luna y los árboles de la India colonial. Buscaba al hombre blanco para devorarlo en castigo por matar a los suyos.

 Y mientras iba en un trote ligero, la espesura de la selva le iba regalando fragancias frutales y cantos de aves. Aunque fuera en sueños, esa vez pudo rugir, y su majestuosidad cruzó aquellas tierras llamando la atención del hombre blanco y sus armas.

 La sensación de una mano lo sobresalta, y con la infamia del ataque por la espalda, le llena el alma de burla y muerte.

 Su reino de los sueños se derrumbaba. Sus ojos se abren al tiempo que oye una voz:

—Hijo, no le tires la cola al gato.  





No hay comentarios.:

Publicar un comentario