UNA SIESTA POR LA TARDE
Dormía plácidamente su merecida siesta, reposando el hastío de un día
inmenso y lleno de cosas aun sin hacer. A lo lejos, el ruido del niño de la
casa anunciaba el desorden de juegos y carreras propias de sus dos años y medio.
Eso no le importaba en lo
absoluto; la prioridad era el descanso por sobre todo, y bajo ese último
razonamiento fue hundiéndose en su almohada bajo el peso de sus párpados. Era una
noche en miniatura, para dormirla y soñarla en mitad de la tarde.
Entonces comenzó el viaje. Un viaje
de los que nos llevan a lugares arrancados de fantasías lejanas, esas tierras
donde lo onírico se llena de vida y lo absurdo cobra sentido. Aquel reposo sublime fue a dejarlo allí,
dentro de un sueño en el que era amo y señor de un castillo inmenso que colgaba
al revés en el cielo.
En ese castillo era rey y reinaba
el mundo, todos los mundos, los de arriba y abajo, los de dentro y fuera. Era el
supremo gobernante de tierras infinitas y mares misteriosos; un gran señor que
tenía una leona ilustre por esposa.
Un rayo de sol se colaba por la
ventana, y mientras le molestaba en los ojos con la insistencia de un mosquito,
lo iba sacando de su palacio, quitándole de a uno todos los reinos del mundo.
No importaba. Apenas habían pasado
diez minutos desde el inicio de su descanso. Entonces un bostezo largo lo
trasladó a un teatro, y allí, viéndose bohemio y libertino, recordó un amor
pasajero al ritmo de un jazz eterno que salía desde una trompeta lastimada.
Fue cuando la vio acercándose hacia
él, y juntos, montados en el sopor del vino, fueron a recorrer el mundo sobre
la ciudad mientras perseguían la luna, hipnotizados, como quien busca el espejismo
más grande del mundo.
En este sueño durmió sin descanso;
ambos corrían para besarse uno al otro, implacables y siempre al ritmo de una
canción distante, que sólo podía oírse a medio camino del cielo y el suelo.
Un ruido lo despierta. Ya no
importa y abre un ojo satisfecho observando al pequeño, que a cada paso va
descubriendo nuevos mundos repletos de colores y aventuras. Todo estaba en
orden, y sin perder de vista al niño, casi sin notarlo fue a caer de golpe en
una selva, y allí, convertido en el cazador más formidable, iba en busca de la
presa de mayor peligrosidad.
Su tercer sueño lo convirtió en
un tigre, que rondaba furtivo entre la luna y los árboles de la India colonial.
Buscaba al hombre blanco para devorarlo en castigo por matar a los suyos.
Y mientras iba en un trote
ligero, la espesura de la selva le iba regalando fragancias frutales y cantos
de aves. Aunque fuera en sueños, esa vez pudo rugir, y su majestuosidad cruzó
aquellas tierras llamando la atención del hombre blanco y sus armas.
La sensación de una mano lo
sobresalta, y con la infamia del ataque por la espalda, le llena el alma de
burla y muerte.
Su reino de los sueños se
derrumbaba. Sus ojos se abren al tiempo que oye una voz:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario