Hay veces en las que la realidad supera por mucho a la ficción; y en esta historia, lo macabro y lo histórico se funden de un modo en el que nos cuesta diferenciar la realidad de la leyenda.
La muerte de Inés de Castro
Inés era la hija de una familia gallega muy poderosa, la casa Castro. El príncipe Pedro I de Portugal (1320-1367) se enamoró ciegamente de Inés de Castro y llevados por la pasión se casaron secretamente sin que ni tan siquiera el padre de Pedro, el rey Alfonso XI lo supiera. A partir de entonces la vida de Inés y Pedro se convirtió en una de las historias de amor más trágicas y bellas de todos los tiempos.
Cuando Alfonso XI se enteró del casamiento de su hijo y temiendo posibles complicaciones políticas que se podían presentar por la enemistad de la familia de la joven con otras familias importantes, inventó cargos contra la joven, que fue juzgada, hallada culpable y decapitada.
Cómo era de esperar, el Príncipe Pedro I enfureció al enterarse de la noticia de la muerte de su amada y guiado por el odio a su padre y a todos los implicados en el asesinato comenzó una guerra civil que no terminó hasta la muerte del Rey en 1357.
La “resurrección” de Inés de Castro
Al alcanzar el trono, el ahora Rey Pedro I decidió desenterrar el cuerpo de su amada y arrancar el corazón a sus verdugos y a todas las personas implicadas en su asesinato. El cuerpo muerto de Inés fue colocado en un trono y coronado como Reina consorte. Se dice que todos los altos mandos y dignatarios del país tuvieron que rendirle pleitesía, besándole la mano y tratándola como si aun estuviera viva. Inés de Castro fue con toda probabilidad la única Reina que reinó muerta.
Es cierto que los investigadores no han podido corroborar con datos esta parte de la historia, pero es igual de cierto que se trata de una historia muy conocida entre los habitantes de Portugal que la pasaron de generación en generación.
Más tarde el Rey Pedro I celebró unos suntuosos funerales en recuerdo de su esposa y mando construir una tumba de mármol blanco con una figura de la reina coronada. Pedro ordenó antes de su propia muerte situar su sepultura justo enfrente de la de Inés haciendo que los pies de ambos se tocaran. Quería que su amada Inés fuera lo primero que viera el día de su resurrección.