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sábado, 29 de agosto de 2015

TITÁN




  Esta historia está basada en un sueño que tuve una noche.



TITÁN


  Flotaba en el vacío, brillando majestuosa, plateada, parpadeando en algunos puntos con sus balizas de rojo y verde mientras seguía su lento y arrogante avance hacia los bordes externos de los dominios del homo sapiens. Todo en pos de la búsqueda de nuevos recursos minerales, para saciar el hambre humana y continua de materiales con los cuales hacer y deshacer copias burdas de la creación, parodias del edén, utopías de acero y plástico.


 La humanidad había avanzado tanto y retrocedido aun más, hasta un punto en que se consideraba antinatural no tener el afán expansionista propio de una enfermedad. Llegado a este estado, el hombre no era más que otra plaga bíblica; se había reducido, sin duda, a ser la peor de todas. No podía esperarse el respeto, ni por ellos mismos o por el universo. Todo lo que antes había sido sagrado, se pasaba ahora por alto mientras se buscaba completar una causa más ambiciosa: la expansión. Un comportamiento comparable al de bacterias en una probeta, siempre fieles a su naturaleza humana, demasiado humana.

 Aquella colmena terrestre se hallaba en curso hacia Titán, en búsqueda de su preciado tesoro; un océano de metano líquido, con miles de metros cúbicos escondidos bajo una imponente coraza de hielos, más antiguos que cualquier dios imaginado por el hombre. Esto les permitiría generar la energía suficiente para alcanzar Plutón antes que Los Jovianos (la colonia que se encontraba orbitando las lunas de Júpiter), y aunque la magnetósfera de Saturno los había provisto de la energía necesaria para sus expediciones durante ciento cinco años sin problemas, al ritmo actual habría que esperar otro siglo. No podían darse ese lujo.

 Mijail era un especialista de misión; esta era una ocupación de relativo status dentro de la “Ledokol”, una gigantesca nave industrial perteneciente a la federación rusa, propiedad de accionistas mineros en su mayoría, que veían los hielos eternos de las tierras entre las estrellas como una nueva Siberia, o como la llamaban ellos, “La tundra prometida”.

 La “Ledokol” era una nave rompehielos, donde a bordo la mayoría de su tripulación eran mineros de ese material, cosmonautas dedicados a la obtención de agua proveniente de los imponentes bloques de hielo (usados para consumo y generación de hidrógeno), que giraban en los anillos de Saturno. Además existían  exogeólogos, especialistas y técnicos de misión, quienes eran los encargados de tareas, que iban desde perforar y minar superficies de asteroides, o poner cargas de suministros en órbitas bajas, para ser recogidas por drones de transporte, y enviados a las faenas mineras en los enjambres de asteroides.

 Nadezhda era hermosa, esbelta y rubia, dueña de unos ojos azul profundo, el color con el que imaginaba, debía verse el planeta Tierra desde las pantallas del observatorio.

 Parecía una figura de porcelana, una atleta olímpica de las antiguas glorias deportivas de una madre Rusia, ubicada en  una roca olvidada allá lejos, tras el cinturón de asteroides y las primeras colonias ya abandonadas. Era altanera y sensual, con una expresión de seguridad casi invasiva.

 Tenía una relación con Mijail desde hacía casi tres años, si acaso podía llamarse relación a ir y volver cuando le venía la gana. Aun así, le llamaba cariñosamente “Misha”, por su diminutivo. Siempre le llamaba de ese modo, ya fuera a diario, en privado o en el trabajo.

 “Nadya” (que así le llamaba Misha), era una brillante exogeóloga, que gustaba de coleccionar rocas y minerales, que Misha le traía a escondidas entre los bolsillos de su traje espacial. Cada piedra era canjeada por un beso, una cena juntos, y quizás alguna otra cosa que le diera a Misha, una sensación de pertenencia o aceptación de parte suya. Últimamente las cosas habían ido mal entre ellos.

 Nadya se sabía hermosa, y aunque Misha era joven y apuesto, ella se estaba aburriendo. Ella era hermosa, pero sólo por fuera. Dejaron de besarse como antes, al punto que llegaron a abandonarlo casi por completo.

 Otra vez como tantas otras veces, Nadya se iba, volvía y lo dejaba cuando quería. Misha ya no distinguía el amor del desprecio, y ella nunca había sabido la diferencia. Sólo existían sus intereses y  caprichos. Misha era sólo un complemento descartable; alguien que sólo empezaba a existir en la medida que le trajera rocas, y su tiempo de existencia duraba lo que la atención de Nadya en su regalo.

 El rompehielos se encontraba ya, a la distancia suficiente para enviar un vuelo tripulado, con un especialista de misión en una sonda de medio alcance; la misión era simple, ir y perforar en un punto, donde un dron había detectado hielos débiles, con un espesor ínfimo en comparación al escudo helado de los alrededores. Eran sólo ciento cuarenta y tres metros que la cortadora de plasma tenía que perforar, para luego depositar un scanner submarino en aquél abismo de metano y roca; debía analizar posibles fisuras y cavernas que debilitaran la superficie. Había que examinar el terreno para saber si se podía establecer una torre de extracción.  

 Misha sintió que era el indicado para la misión, ya que podría traer alguna roca de Titán, y aprovechar la oportunidad de hablar de matrimonio. Él la amaba mucho, quizá demasiado, aun a sabiendas que Nadya se amaba a si misma, casi tanto como a su trabajo, y a las malditas piedras que él le llevaba.

 Se presentó como voluntario junto con otros once especialistas mineros, y aunque inicialmente iba a ser un equipo de tres personas, se decidió que el operador de la perforadora iba a pilotar; Un técnico de montajes no era necesario, ya que se desconocían las condiciones del terreno.

 Nadya, con sus influencias le consiguió el trabajo, y si acaso era esta una señal, no lo sabía; quizá quería ayudarle, quizá sólo quería otra roca en la repisa sobre la cama que a veces compartían.

 Un día antes del despegue, como casi cada tarde de las últimas semanas después del trabajo, se fueron por un café a una de las cubiertas inferiores de estribor, donde podía verse Saturno y sus tonalidades ocres como en una pantalla de cine, a través de las doce mil placas de cristal blindado. El café lo tomaban dulce y cargado, como un romance juvenil; casi podría jurarse que nunca hubo otra cosa más que amor entre ellos. Misha le toma la mano y Nadya se sonroja, baja la vista y apura un sorbo de su taza.

 -Lo siento, tengo que irme. Por favor no vayas a mi departamento esta noche.

 Misha se bebió su taza en tres sorbos, uno por cada palabrota que quiso gritar.

 -Y me imagino que no me darás alguna explicación del porqué.

 -No tengo la obligación de darte explicaciones.
 Nadya se levantó, dejando a Misha con sus dudas, la cuenta por pagar y Saturno con sus anillos de fondo en la ventana.

 -Yo, para ella no soy su amor, apenas soy su “a veces”… y últimamente eso casi nunca.- Se decía Misha mentalmente.

 Al día siguiente todo estaba dispuesto. Las maquinarias estaban en línea, cargadas y listas para el despegue. El día de Misha había comenzado varias horas antes, parte por el insomnio y parte por los exámenes de rutina antes del despegue. Esa mañana, Nadya era una intrusa en su mente, algo más espesa que un mal sueño escurriendo en su memoria, mientras se va percatando de la realidad, al tiempo que el ingeniero le explica el manejo del equipo de perforación.

 El fuselaje de la nave era de formas curvas y suaves, de un blanco impecable, con un leve toque fosforescente que se dejaba notar bajo las luces de la bahía de lanzamiento. Tenía el logo de una bandera rusa pintada en el costado izquierdo, y bajo ella habían cuatro círculos; el primero representaba al sol, y los siguientes a los primeros tres planetas. La parte baja de la cabina, estaba recubierta de una loseta negra hecha de carbono reforzado, y bajo esta, había una escritura en relieve, con su número de identificación y nombre de la colonia de origen.

 -Mijail, supongo que tienes claro tu propósito. Recuerda que tienes un tiempo límite para montar esta cosa- le decía el ingeniero en un tono que sonaba como una llamada de atención, mientras señalaba la compuerta de carga situada en la parte posterior, entre los cuatro motores de la máquina.

 -No te preocupes, he hecho esto varias veces para extraer hierro de los asteroides. No tengo pensado demorar el día entero.

 -Si no hay inconvenientes, deberías estar de vuelta para la hora de cenar. Sólo son dos horas de vuelo más tres de perforación; sólo son ciento cuarenta y tres metros, y esta preciosura corta a casi cinco mil grados Celcius.

 Nadya apareció para despedir a Misha. Él la mira y sonríe. El momento habría sido agradable si ella no hubiera aparecido así, tan desconectada y distante, con un beso de mentira y palabras que no eran mejor que el viento helado y tóxico de Titán.

 Misha se acercó para besarla antes de subir, sin embargo, terminó como siempre, buscando amor en la nada, tirando cariño en un vacío tan hondo, amplio y frio como el mismo espacio que se disponía a recorrer.

 Las balizas cambian su luz de rojo a un amarillo intermitente, fijas en las paredes marcan el trayecto desde la lanzadera electromagnética hacía la compuerta. La nave está fija en la plataforma, mientras esta se extiende fuera de la cubierta del rompehielos para ser lanzada. Misha revisa sus instrumentos, esperando la luz verde definitiva para el despegue. Se asegura el casco y su respirador; llevaba aire suficiente para ir y volver además de raciones de comida.

 -Ekskavator a Ledokol kontrol. ¿Me copia? Solicito luz verde para el despegue, según protocolo de exominería profunda.

 -Copiado. El punto Delta Juliet presenta una tormenta de nieve de reciente formación. Tendrá que entrar por Delta Lima a cinco grados norte de la ruta original. Puede haber pérdida de señal de radio a ratos. Ekskavator, tiene luz verde, repito, tiene luz verde.

 -Roger.

 El recuerdo de Nadya le punza las sienes. Sabía que estaba idealizando una relación, que no era más que un lento descenso a la locura, pero eso no le importaba. Quería sentir que podía hacer algo hermoso con ese fragmento de luz de estrellas dentro de su querida Nadezhda. Iba a dar hasta su último aliento para ver sus ojos azules abrirse cada mañana en su cama. Después de todo, era como muchas otras veces, y ella cambiaría su cara cuando llegara con otra roca para la colección. Misha le llevaría un planeta entero, pedazo a pedazo con tal de seguir sintiendo sus besos en la espalda.

 Poco menos de dos horas pasaron antes de un descenso exitoso; él se sabía los controles de memoria, y mientras admiraba el paisaje, buscaba aquel punto donde el hielo era menos denso.

 Había llegado en la fase lunar que correspondía a la noche, un fenómeno muy pocas veces visto por los tripulantes de cualquier navío cósmico, y era aún más particular ya que empezaría a llover. Misha sabía que el metano en Titán sigue un ciclo casi idéntico al del agua, sin embargo jamás había visto la lluvia.

 Minutos después de posarse, abandona el módulo y despliega la consola portátil de manejo de la perforadora. La compuerta de carga entre los motores de la nave se abre, y una plataforma minera, básicamente un cilindro con ruedas, se dirige al punto señalado en la consola adosada a su antebrazo izquierdo. Todo iba según lo planeado, ya que el hielo cedía ante el plasma, mientras este dibujaba un círculo perfecto de diez metros de diámetro con su brazo articulado. Un pulso de energía dado por la misma máquina tritura el tapón helado, dejando el espacio libre para que la segunda máquina deposite el submarino.

 Misha no había podido despegarse del lado de aquellas bestias mecánicas, ni siquiera para admirar el paisaje. La microgravedad lo tenía un poco incómodo, ya que prefería trabajar con gravedad cero; el viento helado que corría no le afectaba demasiado, le favorecía el estar rodeado por dunas de tierra y hielo.

 La nostalgia le hizo desplegar un holograma de Nadya, que había tomado una de las raras ocasiones en las que existía para ella sin rocas de por medio.

 No había tenido ocasión de mirar al suelo en busca de algo que valiera la pena llevar; ni siquiera había tenido tiempo de comer o cargar gas en los propulsores de la mochila de su traje. Por más que miraba a su alrededor no veía otra cosa sino hielo y rocas comunes; si quería algo bueno, tendría que alejarse un poco de la zona de trabajo. Decidió hacerlo, no sin antes extender un faro de luces de neón desde el brazo de la perforadora, ya que, de esa manera podría orientarse en aquel crepúsculo helado.

 Las dunas sólo le dejaban ver hacia el norte de su posición, y debía medirse en cada paso que daba. Las nubes empezaban a cerrarse al tiempo que ocultaban la visión de Saturno y las estrellas sobre él, dejando caer las primeras gotas espesas de metano líquido sobre la superficie.

 Sólo la tentación de una caricia le haría abandonar la seguridad de sus labores, cruzar aquella línea atravesando un sendero de infierno helado, para volver con un pedazo mineral, precio de un cariño, un café por la tarde y un beso de buenas noches.

 Apagó el holograma y se dispuso a escudriñar el horizonte con el visor binocular de su casco. Con esto, a lo lejos descubre unas tonalidades azules.

 Misha enciende la válvula de su mochila, y esta le permite dar un salto de proporciones colosales hacía adelante y arriba, pudiendo ver mejor de que se trataba su hallazgo. El color azul correspondía a miles de piedras de cobalto, rocas dispuestas de un modo tal, que parecían un campo de flores azules, brillando húmedas por la lluvia tóxica que había empezado a caer desde hacía un rato.

 El viento había desplazado con rapidez aquellas nubes colosales, sin mucha resistencia majestuosidad, las fue arrastrando mientras jugaba con sus formas. Jamás llegó a ser una lluvia torrencial, y ahora no era más que una leve llovizna de metano líquido. Las cosas marchaban mejor que bien.
 Misha se devuelve hasta la sonda y extiende un radio faro luminoso; un globo brillante relleno de helio y cubierto de una luz que alternaba los colores verde limón y naranja, esto para resaltar a la distancia, ya fuera entre el polvo estelar o el negro vacío del espacio.

 El faro estaba unido por un cable de acero a la perforadora. Se elevaba buscando tocar el firmamento, mientras el viento se hacía notar en el movimiento oscilante del globo. Calculaba que podría cruzar el terreno con tres saltos, y que todo el proceso le tomaría como máximo cuarenta minutos.

 Saltando evitaría el terreno peligroso, y tendría una vista general del lugar para trazar una ruta segura. Esto había sido parte de su entrenamiento básico y lo sabía de memoria. Se aleja caminando hasta una zona estable mientras se maravilla del paisaje, podría  decirse que aquellas montañas, habían sido hechas a mano por alguna inteligencia talentosa en el uso del cincel y martillo.

 El paisaje, aunque era de noche, se veía maravilloso; un tenue crepúsculo era proporcionado por el planeta dueño de aquella joya de hielo. Fragmentos de los gigantescos anillos pasaban por sobre su cabeza, flotando majestuosos a miles de kilómetros sobre Titán. 

 Se dispone a saltar; primero arroja una bengala, y cuando el magnesio hubo generado ese pequeño mediodía artificial, hizo flexión en sus rodillas, abriendo la válvula de salto situada en su cadera derecha, dando un salto enorme en dirección a las rocas azules, casi del mismo modo que había saltado hacia los ojos de aquella esbelta muñeca rusa años atrás.

 Fue un salto seguido de un segundo, sin embargo, fue necesario hasta un cuarto salto. El cielo comenzaba a cerrarse nuevamente y la consola de su brazo izquierdo le avisaba que empezaría a llover dentro de poco. Debía apresurarse; tendría que saltar por quinta vez si quería ir y volver en menos tiempo.

 Su cuarto salto le había hecho quedar casi a doscientos metros del lugar. La idea de Misha era caminarlos, desgraciadamente, las nubes empezaban a cerrarse, ocultando aquella segunda vía láctea formada por las rocas de los anillos. Al fin llegó hasta el campo de minerales, y junto con él, las primeras espesas gotas de metano, esta vez, la lluvia venía acompañada de nieve.

 Sentía frio; ya no estaba al amparo de las enormes dunas que formaban aquella cuenca donde se encontraba perforando. El viento le pegaba de lleno pero no importaba. La sonrisa de Nadya era realmente el tesoro que había ido a buscar, y cruzaría cualquier lluvia o terreno para conseguirla; después de todo, era el único futuro que anhelaba.

 Aquel lugar era magnifico, tenía la belleza del abandono y la desolación; habían muchas rocas de color azul, otras tornasoles, además de grises y pardas. Lo extraordinario era haber hallado rocas de un azul tan intenso, ya que el cobalto puro tiende a ser de un color grisáceo, y sin embargo, estas eran de un azul y brillo similar a una turquesa.

 A lo lejos, algo llama su atención. Era una piedra similar a una gema. Brillante y casi pulida, como si un artesano de las estrellas la hubiera lapidado a fuerza de las inclemencias de un mundo perdido, dejándola allí reposando, para ser encontrada eones después, por una criatura indigna incluso de posar la vista en las estrellas.

 La bengala se había apagado hacía un par de minutos y Misha se iluminaba con los focos de su traje espacial, situados en sus hombros y casco. Era él un punto de luz blanca en medio de una creciente mezcla de lluvia y nieve, que le hacía difícil iluminar debido a la refracción de la luz en los cristales de hielo.

 Por suerte, en ningún momento había perdido de vista el parpadeante faro. Una alerta de voz corta el silencio de aquella noche, y le indica que la sonda había sido depositada con éxito en aquel tesoro de miles de metros cúbicos de líquido tóxico pero necesario. 

 La nieve le obstruye la visión; Misha se la sacude del visor de su casco cuantas veces es necesario. Con pasos difíciles logra llegar hasta la piedra, la recoge y maravillado la admira. Era justo como lo que había imaginado llevarle a Nadya. Un regalo hecho por un artesano estelar, el mismo que había hecho los planetas, las estrellas y todo el universo.

 Levanta la vista buscando el faro, contento, satisfecho de haber pasado frio y llevar ese pequeño tesoro mineral, ese que sin duda sería el favorito de su colección. A treinta y cinco grados de su posición lo divisa. La nevada era copiosa y sentía frio a pesar de las capas aislantes de su traje.

 Cuando se dispone a trazar la ruta de salto, advierte que de hacerlo desde su punto actual, caería en una zona de hielos inestables. Podría caer en alguna caverna o fisura en aquellos hielos eternos, y lo peor, sin ninguna posibilidad de rescate. Las únicas opciones eran avanzar casi setenta metros, o retroceder en dirección sureste veinte metros y saltar desde ahí. Misha se decide por lo segundo y se dirige al punto señalado en su GPS.

 Su punto de salto era sobre una roca de metro y medio de altura, totalmente lisa, aunque cubierta de nieve. Se asegura que su tesoro está a salvo dentro de un compartimento de su cinturón de herramientas, y se dispone a saltar cuando una ráfaga de viento lo hace caer de espaldas.

 Burla del destino. Justo al terminar debía pasar algo. Misha cayó mas de ochenta metros, y aunque la baja gravedad hizo que prácticamente no sufriera daño alguno, era la altura a recuperar y el clima lo que realmente le preocupaba.

 Podía saltar un máximo de cincuenta metros de altura, aunque con ese viento, no era seguro saltar ni a diez. Sus instrumentos le arrojaban señales de alarma a cada instante, y aunque se vio tentado a hacerlo, desistió de enviar una señal de auxilio a la sonda para su retransmisión a la nave, ya que, lo más probable sería su expulsión de los cuerpos de extracción, por hacer mal uso de los instrumentos, y poner en riesgo una misión abandonando las maquinarias. Además ya había librado de situaciones parecidas anteriormente, aunque no tan serias.

 La única solución era saltar lo más alto posible y escalar de algún modo; tendría que forzar la válvula, buscar un punto elevado y lograr un salto de unos sesenta metros, siendo esa la capacidad máxima de salto, para ese equipo en caso de emergencia; tal maniobra se usaba en algunos asteroides, en los que, al quedar atrapado, el cosmonauta liberaba gas mezclado con oxígeno a alta presión, para ponerse en una órbita baja y ser rescatado por una sonda. La diferencia era que en Titán no hay gravedad cero, y además caía nieve. Sólo tendría que añadir más oxígeno para compensar, y en eso no había problema, ya que su tanque almacenaba el suficiente para diez horas y además reciclaba el aire. Sabía que de asfixia no iba a morir. 

 No había una roca lo suficientemente alta para saltar desde allí y asegurar un par de metros, por lo que retrocedió y tomó carrera por unos eternos veinte metros, antes de liberar la presión acumulada en su tanque auxiliar para salto de emergencia. Saltó pero no logró su propósito; aquel salto terminó con Misha golpeándose contra las rocas resultando lastimado, cayendo nuevamente aunque esta vez detuvo parte de la caída con un chorro de gas.

 Una línea blanca y delgada, le cruzaba la esquina superior derecha del cristal de su casco como el anticipo del desastre. Se había trizado su visor, no sabía si al primer o segundo impacto con las rocas. La situación había adquirido otro matiz, uno más oscuro. Debido a los nervios, sentía casi el sopor de una fiebre, esa sensación de despertar de un mal sueño sin poder distinguir completamente el mundo vigil del onírico.

 La desesperación le hizo tratar de nuevo; esta vez no haría caso de la nieve y tomaría más impulso. Sabía que si su cristal se rompía, el viaje habría acabado. Esta vez, la carrera por su vida había sido de treinta metros.
 El salto había sido mucho más grande que cualquier otro que hubiera intentado antes. Semejaba a Ícaro, volando a su libertad en dirección al sol, pero era Misha volando hacia la vida, en dirección al faro.

 El majestuoso paisaje se tornó burlón e insolente, le quitaba oportunidades de sobrevivir a cada segundo, y sin embargo, consigue un salto enorme. Fue tanta la potencia de la desesperación, que se pasa de largo en la altura y cae al suelo rodando un par de metros. La delgada línea blanca de su casco se había hecho mucho más notoria.

 Misha evaluó la situación; inmerso en aquella ventisca tóxica, no podía darse el tiempo de trazar una ruta, por lo que tendría que saltar sin más. Revisa su cinturón y la piedra sigue allí todavía. Siente algo de alivio hasta que se dispone a presurizar para realizar el siguiente salto.

 Con su última caída, el tubo flexible del gas se había doblado hasta el punto de hacerse un corte. El tejido de Kevlar de que se encontraba hecho el tubo, se había partido perdiendo gas rápidamente. Apenas le quedaba lo suficiente para un salto y eso no bastaba. Un crujido le dibuja una tangente a la línea de fisura en su cristal, mientras empieza a escapar el aire de su traje presurizado.

 El frío empezaba a colarse por aquel dibujo quebrado en el visor de cristal, se colaba silencioso y prepotente, junto con el hedor tóxico del helado manto de aquella luna maldita. No era más que hielo que se colaba dentro del traje, casi como un preludio de la muerte; sólo era un frio que le abrasaba el cuerpo. Cuanto hubiera dado Misha para que ese abrazo y ese olor fueran los de Nadya.

 La nieve le obstruía la visión, formando un velo cada vez más semejante a una mortaja. El último salto fue exitoso. A fuerza de nervios y adrenalina pudo vencer los obstáculos ambientales, logrando un despegue y descenso casi perfectos, sin embargo, era el último que podía hacer. Ahora era un cosmonauta naufrago entre la borrasca de nieve y metano.

 Quedaba algo de kilómetro y medio de caminata entre aquel campo de rocas y dunas semejantes a tumbas, tenía aire suficiente para un par de horas, y aunque jamás perdió de vista el faro, esa caminata no tenía otro destino sino el infinito abrazo de un infierno crepuscular.
 
 No había remedio. Misha se decidió a caminar en la medida que lo permitieran sus fuerzas, aun sabiendo que habían grietas más adelante. El frio se colaba agresivo por su casco, quemándole la nariz y la garganta, volviéndole un poco más torpe a cada segundo.

 Aun con la mirada triste, llevaba el corazón alegre y resignado mientras se repetía palabras de ánimo a cada instante.

 Con los pasos torpes y cansados cayó en una grieta, y aunque no era tan profunda, Misha ya no tenía fuerzas para escalar hasta la superficie. De tanto aferrarse a la vida y al recuerdo de Nadya, se habían agotado sus brazos y el sueño comenzaba a vencerlo. 

 Con la poca motricidad fina que le quedaba, envió una señal de auxilio desde su consola y desplegó por última vez el holograma con la imagen de su amada. Si iba a ser este el fin, no se resignaba a partir sin ver por última vez a la chica de ojos azul cobalto de Titán.

 Una frase tan leve como un suspiro cortó el silencio, una despedida casi como un lamento brota trabajosamente de los labios de Misha con su último aliento. 

 -Dasvidania lyubimaya.

 Adiós querida. Una frase sincera para disfrazar una despedida definitiva.

 En aquella helada grieta de una luna apenas explorada, Misha abrazaba su destino, empujado hasta Titán por cuatro motores y un amor distópico había hallado su descanso. Su voz ya no sonaba más humana que el viento que soplaba en esa eterna era de hielo cósmico.

 Tal era el capricho del destino, después de todo… ¿Quién iba a pensar que el hielo en el corazón de aquella mujer, le iba a hacer morir congelado?  
















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