Una historia sobre esa delgada línea que separa la realidad del sueño, de cómo las pesadillas escapan al control de nuestra mente, de un modo que sólo nos afecta a nosotros y no al resto, aunque estos vean sus efectos; una pesadilla que no hace mas que disminuirnos de un modo tal que revive el antiguo miedo de cuando eramos niños... a la oscuridad bajo nuestra cama.
REBECA
El caso de la paciente N° 34 me traía de cabeza. Podía catalogarse como
esquizofrenia avanzada, aunque no presentaba los delirios típicos de aquel
estado, aunque su sintomatología semejaba mucho más a la de alucinaciones recurrentes, que se manifestaban en la visión de alguna clase de torturador amorfo. En todos mis años como
psiquiatra había visto muchos casos parecidos, y sin embargo, este tenía algo que
no terminaba de asombrarme.
Mi paciente, Rebeca, llevaba ya 2 años en terapia conmigo. Todavía recuerdo
cuando llegó una tarde de Junio, quejándose de una persistente angustia
traducida en un insomnio persistente. Lo típico, pensé, seguramente un cuadro
depresivo mayor, ya que al contarme su historia, comenzó a describir situaciones
con fuerte carga emocional, una historia densa, que sin duda sería una carga que
llevaría a desestabilizar a cualquier persona por acostumbrada a sufrir que
estuviera; en ese entonces, la ruptura con su pareja había gatillado fuertes
sentimientos de culpa, por lo que decidió cambiar de aires e irse de su casa al
departamento en el que hasta el día de hoy vive.
Rebeca siempre describía una situación particular, algo extraña,
incómoda de oír por la manera tan vívida que tenía de contarla, de modo tal, que
uno casi podría jurar que había estado presente, y junto a ella, tan silencioso,
impotente y resignado contemplando aquellas imágenes salidas de un sueño febril.
Era como si aquél demonio, amo y señor de sus sueños, se hiciera parte importante
en su vida consciente de una u otra manera. Siempre la oía con atención,
estremeciéndome a ratos, dado que, a pesar de llevar la terapia, no había
registrado avances significativos mas que los de inducirle el sueño a base de
medicamentos.
Durante los primeros meses de terapia, Rebeca me describía sus sueños
como un “vacío onírico”, esos sueños en los que no se percibe nada más que una oscuridad
hambrienta de llantos y un zumbido atacando sus oídos, tal como si oyera el
lenguaje de los carceleros del hades.
-Mmm… un caso de parálisis de
sueño… pensaba mientras tomaba nota en mi vieja libreta y la veía recostada en
mi diván, así de reojo, casi fuera de foco.
-Al momento de ir a dormir, en la
primera hora mas o menos, mi sueño se vuelve completamente negro, como si de
repente todo fuera consumido por la oscuridad.
-Entiendo- le dije, ya dudando sobre la capacidad de los sentidos humanos para emitir un juicio sobre las percepciones.
-Cuéntame que emoción o sentimiento acompaña esta sensación…
-Algo… (Dice con una voz
temblorosa, semejante a la llama a punto de morir en la vela) algo como la
sensación de estar sola en un cuarto oscuro. Las primeras veces sentía una
soledad como nunca antes en la vida sentí… pero desde hace un tiempo, siento
como si alguien mas estuviera allí, alguien hecho de humo… alguien sin una
forma definida.
No estaba loca, no, eso lo sabía. Mi título me obligaba a apoyarme en mi
criterio profesional y lo que este dictaba era tratarla, buscar la causa
primera, el origen de este miedo. Ella después de 8 meses no pudo seguir la
terapia por falta de dinero; no iba esto a detenerme pues era para mí un caso
interesante… además había desarrollado un cierto apego hacía ella. Sé que dirán
que no es ético, pero pienso lo contrario, pues también soy humano, y tengo la
firme convicción que la salud está muy por sobre cualquier monto.
Accedí a tratarla sin costo alguno, como una especie de acuerdo, un trato sólo entre ella y yo, absolutamente nadie más lo sabría. Un secreto íntimo. Un vínculo al fin. De todas maneras no tengo nadie a quien rendir cuentas ya que soy divorciado hace varios años. Estaba sintiendo algo mas que un apego y eso ambos lo sabíamos.
Accedí a tratarla sin costo alguno, como una especie de acuerdo, un trato sólo entre ella y yo, absolutamente nadie más lo sabría. Un secreto íntimo. Un vínculo al fin. De todas maneras no tengo nadie a quien rendir cuentas ya que soy divorciado hace varios años. Estaba sintiendo algo mas que un apego y eso ambos lo sabíamos.
El mundo de los sueños muy caprichoso. Inventa y reinventa, construye y
destruye conceptos e ideas, con una “lógica” muy particular. Cada mente es un
mundo, un universo distinto, y este universo traía consigo algo extraño,
incómodo, como ese terror atávico a la oscuridad, a lo que no podemos
calificar.
El universo de Rebeca traía consigo extraños demonios, capaces de traspasarla y sembrar una pequeña, pero pesada, semilla de miedo en mi interior. Un miedo que nos reduce a lo mas mínimo, haciéndonos sentir minúsculos frente a cualquier cosa.
Rebeca, mi Rebeca estaba atrapada, y yo me sentía impotente al no poder ayudarla. Ambos nos sentíamos ínfimos frente a la situación. El miedo nos unió. El miedo era nuestro vínculo. El miedo de ella a dormir, y el mío a no poder ayudarla.
El universo de Rebeca traía consigo extraños demonios, capaces de traspasarla y sembrar una pequeña, pero pesada, semilla de miedo en mi interior. Un miedo que nos reduce a lo mas mínimo, haciéndonos sentir minúsculos frente a cualquier cosa.
Rebeca, mi Rebeca estaba atrapada, y yo me sentía impotente al no poder ayudarla. Ambos nos sentíamos ínfimos frente a la situación. El miedo nos unió. El miedo era nuestro vínculo. El miedo de ella a dormir, y el mío a no poder ayudarla.
Ese ser sin forma era cada vez mas presente en su vida, llegando al
punto de sentir que manos invisibles intentaban sujetarla. En este punto
llevábamos ya, año y medio de tratamiento y 2 meses saliendo. Yo, dentro de mi
criterio, lo interpreté como la proyección de una sensación de culpa por su
parte, al estar a las puertas de una nueva relación. No le di mayor importancia
y le expresé lo que pensaba. Rebeca sólo me miraba tratando de entender,
queriendo creer mis palabras.
Ella poco venía ya por mi consulta, siempre íbamos a mi casa, ya que era el
lugar en el que se sentía más tranquila. Siempre que quería dormir se quedaba
allí conmigo. De alguna manera, Rebeca se sentía tranquila entre mis libros y
despacho, casi calcados a los que pueden verse en las aburridas películas que, por alguna razón, están amontonadas sobre un librero que pude rescatar de lo
que mi ex-mujer se llevó.
Rebeca, por cuestiones de trabajo, no podía quedarse siempre, aunque
este era su refugio, un bastión de cordura y calma, un lugar de libros, café
cargado y abrazos. Hacía ya un par de semanas que no venía por mi casa y sólo
hablábamos por teléfono, distanciando cada vez mas nuestras llamadas. Hace 5
días que no he podido hablar con ella.
Esa mañana, el viejo teléfono de mi escritorio suena, trayéndome de
golpe a la realidad desde mis pensamientos. Mi secretaria me había traspasado
un llamado. Era Rebeca. Sus crisis se habían vuelto mas fuertes por lo que le
dije que viniera a mi consulta después de su trabajo. Ella accedió de inmediato, y con su tono siempre cariñoso, me dijo que iría en seguida, puesto que no había
ido a trabajar.
Lo que me describió al llegar me dejó intranquilo, era incómodo. No
podía (ni quería) aceptar que era totalmente incapaz de solucionar esta
situación. Rebeca me contaba que además del vacío onírico, ese ente sin forma
estaba tomando fuerza dentro de su mente; sólo un detalle estaba grabado a
fuego en sus recuerdos.
Ella describía una mano, la que al comienzo estaba a medio formar, pero que a lo largo de estas últimas semanas, (producto quizá del miedo) ella soñaba a este informe horror casi a diario. Esa mano tenía ya una forma definida. El ente aún no.
Ella describía una mano, la que al comienzo estaba a medio formar, pero que a lo largo de estas últimas semanas, (producto quizá del miedo) ella soñaba a este informe horror casi a diario. Esa mano tenía ya una forma definida. El ente aún no.
Podría ser una crisis como las anteriores, o una crisis de angustia como
tantas que he tratado con éxito, pero un detalle me desconcertó hasta el punto
de cuestionar incluso todos los estudios de mi profesión. Rebeca tenía una
marca en su hombro, como si alguien la hubiera tomado con fuerza. Conocía a
Rebeca lo suficiente para saber que no eran marcas autoinflingidas. Además los
tamaños no coincidían. Esta marca delataba una mano mucho mas grande que las
suyas e incluso que las mías, con dedos mas gruesos y largos, casi como si
tuvieran una falange extra. La contuve emocionalmente lo mejor que pude y para
tranquilizarla le dije que esa noche me iría con ella a su departamento. La
verdad es que había ido varias veces sin notar nada extraño, sólo el desorden
típico de una persona que vive sola. Había ido tantas veces pero nunca me había
quedado a dormir allí.
Esa tarde charlamos un rato sobre sus pesadillas con esa mano, conversamos
sobre ese tema sólo para informarme un poco más sobre la situación, procurando
cambiar el tema lo antes posible. Fuimos a cenar cerca de mi despacho, algo
liviano, caminamos por la plaza cercana un rato hasta que se nos hizo de noche.
Rebeca vivía a unas calles de mi consulta, así que dejé mi auto allí.
Aquella tarde fue magnifica, fue volver a vivir aquello que hace años no
sentía. Éramos como una pareja de adolescentes en su primera cita. Llegamos a
su departamento y celebramos su buen humor con una copa de vino. Quizá fue el
paseo, quizá la cena o la copas… Terminamos en la cama como siempre. Fue una
noche mágica. Sólo nosotros, mas grandes y fuertes que cualquier demonio.
Desperté muy temprano, apenas tenía la noche ganas de amanecer y Rebeca
dormía a mi lado, irradiaba una ternura y paz increíble; casi no reconocía a la
mujer que sólo tenía pesadillas.
Le doy beso en el cuello mientras me siento y ella aun dormida sólo se
acomoda intentando taparse.
Sentí algo de sed así que me dispuse a ir a la cocina por un vaso de
agua.
Me siento en la orilla de la cama apoyando mis pies descalzos en el piso
helado.
Algo se notaba extraño en el aire, había una sensación de tensión.
No le
hago caso, quizá la culpa me apretaba el alma. No era ético acostarse con los
pacientes. No… Rebeca ya no era mi paciente. Ella era mi todo.
Mientras estaba ahí sentado en la orilla de la
cama, inmerso en mis pensamientos se oye un murmullo a mis pies.
Miro hacia abajo. Una enorme mano me toma
fuertemente de un tobillo.
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