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martes, 15 de septiembre de 2015

SE OYEN HISTORIAS DE AMOR




Hace un tiempo que tenía ganas de experimentar con el realismo mágico, así que tomé la idea de un tarotista que vi en la calle una de las veces que me toca viajar por trabajo, eso sumado a una foto que vi en Tumblr tiempo atrás. Uní ambas cosas con un poco de mis vivencias y nació esta breve historia.





SE OYEN HISTORIAS DE AMOR





 Fue durante una de mis muchas caminatas por la tarde, en las que trataba de escapar de los recuerdos que me pisaban los talones, cuando lo vi, sentado en un cajón de madera, mirando todo cuanto pasaba alrededor, con ojos brillosos, casi en éxtasis mientras tarareaba una canción a medias, en un idioma que hacía sonar la melodía como una pregunta recitada al sol de aquella tarde. Todavía lo mantengo de forma clara en mi memoria. No era particularmente desagradable su vestimenta, más bien, su porte era casi el de un rey venido a menos, y allí, entronizado en un cajón de madera, tomaba por reino completo la plaza y las palomas que jugaban a volar siguiendo las bolsas de nylon, o las notas furtivas que escapan al aire desde su boca.

 No se veía en él más de lo que era o aparentaba ser. Más que un simple mendigo, menos que un príncipe sin corona; sólo un buhonero con un abrigo gris, raído y desgastado, mal afeitado y con varios anillos de fantasía en sus dedos.

  No era tanto su apariencia lo extraño, y si bien, desentonaba su atuendo estrafalario con todo cuanto pudiera haber cerca, lo realmente extraño era el cartel que tenía a sus pies. Leer ese cartel fue la tentación de revivir un recuerdo particular. En el cartel decía “se oyen historias de amor”. Lo anunciaba como quien anuncia una mercancía de pueblo en pueblo.

  La curiosidad me hizo querer saber de que se trataba el asunto, y fue entonces que el frenesí de su mirada y su canción, me hicieron saber que iba a pasar algo distinto a lo que pasa todas las tardes.

  En sus ojos descubrí de pronto una mirada que me desafiaba a continuar, y una sonrisa que me impacientaba. Frente a él había una silla (a todas luces mas cómoda que su cajón), y fue cuando este personaje me invita a tomar asiento, el instante en que vuelve a iniciar una historia que había comenzado tres años atrás.

  No sabía bien que hacía allí ni cómo empezar, sea lo que fuere que debía hacer, pero en ese instante en que la duda me dominaba, una voz firme y profunda cruza la distancia entre nosotros, llegando cálida y tranquilizante como una melodía de piano.

-Me dedico a escuchar historias, mi amigo, principalmente las de amor. Por unos minutos de su tiempo, puedo darle unos minutos del mío, y ayudarlo, si usted quiere, a desahogarse.

 Hice el amago de una pregunta que se evaporó antes de llegar a la punta de la lengua.

-Oh, no se preocupe por el pago, su historia son mis honorarios. De su historia sólo me llevo aquellos trozos que a usted  le pesan. Suena extraño, lo sé, pero no dudará de la calidad de mis servicios.

 Lo decía con una convicción casi teatral, que impidió cualquier negativa de mi parte. Jamás había hablado mis problemas con un extraño, y menos aún, con uno tan extraño como este, y que, sin embargo, era casi la personificación del alivio que encontramos por casualidad.

 -Mi historia -le dije- no es distinta a otras historias. Un amor que se me escapó de entre los dedos, y que ajeno a toda razón, fue a posarse al primer lugar en que los vientos del capricho pudieron llevarla. Ella me volvió loco desde el primer hasta el último día… primero loco de amor y luego de dolor. Después de perderla, casi me pierdo a mi mismo al convertirme en alguien que no era. Buscándola a ella, sólo terminé encontrando aire… claro, sabía que buscaba donde no había nada… si buscamos el cariño en la basura, sólo encontramos basura.

  Le conté mi historia, o al menos una muy parecida, medio real y medio inventada aunque basada enormemente en mis vivencias. Era mi historia a través de mis propios ojos. Resumí nuestros mejores años a unos quince minutos y fracción.

-Oh amigo, ¿por qué se ensombrece tu mirada al contemplar un recuerdo tan feliz?… Es verdad que aquellas historias semejantes a cuentos de hadas, no sobreviven demasiado tiempo en el mundo real… pero también debes saberlo, lograr ser el protagonista de una de esas historias ya es un milagro.

-¿Qué puedo hacer ahora que el futuro que siempre quise es mi pasado? Ella es ahora un dibujo borroso, un montón de recuerdos difusos, de chistes, aventuras y charlas sin terminar…

 Recordar me causaba daño, y aunque habían pasado unos años ya, era inevitable. Habían cosas que no importa el tiempo, siguen doliendo. Heridas crónicas que matan de a poco, una soga hecha con retazos de recuerdos, con la que se nos ahorca el alma los sábados por la tarde.

-Hay personas que vienen y van de nuestras vidas. Unas se quedan y hacen nido, pero emprenden el vuelo sin avisar. Se van dejando su fantasma y su perfume… se marchan y te dejan el dolor guardado allí en un álbum de fotos.

  Era verdad lo que decía aquel hombre. Llevaba yo un pequeño secreto inconfesable, cuadrado y medio descolorido en mi billetera. Una espina en forma de fotografía, que me clavaba a veces por necesidad, necedad o gusto.

  El milagro estaba ocurriendo. Su ropa se veía más clara y nueva. Su barba había emparejado y tornado mas clara al tiempo que sonreía como un padre satisfecho.

-El amor -me dijo con un tono casi pedagógico- cuando llega, trae sueños nuevos... pero sabed amigo mío, que cuando se va, no necesariamente se los lleva. Dos almas que se dejaron huella, dejan su estela allá donde anduvieron, y si bien puedes elegir cortarte con los pedazos de un sueño roto, yo te insto, te invito a forjar los pedazos y convertirlos en un sueño nuevo… vivir o no en el pasado es sólo una cuestión de actitud.

  Su abrigo se volvía cada vez mas claro y ligero, al tiempo que su barba se tornaba blanca y un poco mas larga. Al hablar, mostraba un desenfado semejante a algún maestro antiguo mientras agitaba sus manos dando mas expresión a sus palabras. Sus consejos eran tesoros echados al viento que yo recogía con ansias; cada frase era un salvavidas y la invitación a infinitos comienzos desde cero.

 Yo miraba atónito hacia aquel enigma parlante, el mismo que antes se veía como la mezcla entre humildad y fantasía, ahora había cambiado su gastado abrigo por una toga de un blanco ceniza. El oyente pasivo se convirtió en un orador que al hablar agitaba su índice en lo alto, a la usanza de la antigua escuela griega. Su cajón de madera se había tornado de mármol, y un par de curiosos se habían reunido en una banca cercana. Aun así faltaba que el verdadero milagro ocurriera.

  -Omnia vincit Amor, no lo olvides –dijo como si estuviera en el foro- el amor todo lo vence, y con mas razón vence el amor propio.

  Estuve pasando por alto la necesidad del cambio, ignorando la esencia del presente. Ella fue una novela que escribí un día en un pedazo de tiempo. Una novela que me aprendí de memoria y que ya no era necesario volver a leer.

  Me sentí liviano. Ya no llevaba un mundo hecho pedazos en la espalda. Aquel Sócrates improvisado me extiende su mano.

 -Ahora es cuando el milagro está hecho. Alea jacta est… y recuerda que todo es una posibilidad mientras el dado se mantenga en el aire.

 Quise darle mis últimos cigarrillos pero los rechazó. A cambio me pidió volver algún otro día para charlar.

-Muchas gracias.

-No, gracias a ti. El hombre sólo aprende mientras enseña y hoy ambos aprendimos.

  Una señora muy bien vestida es quien toma mi lugar esta vez. De unos cincuenta y algo, se veía como el arquetipo de las mujeres que uno puede esperar encontrar en la ópera un viernes por la noche en algún barrio histórico. Vaya, quizá hoy era el día de los personajes extravagantes, pensaba con una sonrisa mientras caminaba de vuelta a mi vida.

 Quise fumar, pero no traía encendedor, así que caminé hasta el bazar de la esquina a comprar uno. Lo que vi me dejó sin habla. Mi reflejo en la vitrina era mucho mas joven de como me veía en la mañana. Aunque esa figura respondía exacta a mis movimientos, en esa visión me reconocía como una versión de mi mismo pero con unos diez años menos.

  Tal prodigio me dejó asombrado. El milagro había ocurrido cinco minutos antes y sólo ahora podía notarlo.

 Caminé de vuelta a la plaza, ahora yo sería un espectador y vería paso a paso como el milagro ocurría.

 A medida que hablaban, las ropas de aquella mujer se iban tornando cada vez mas sencillas y ella cada vez mas joven. Aquel sabio griego cambiaba su toga por una coraza, su atuendo socrático se cambiaba por la apariencia de un Quijote de brillante armadura. La mujer se sonrojaba al hablar y a medida que avanzaban sus palabras una niña empezaba a aparecer a su lado.

 Pasó lo mismo, pero de distinta forma. Todas las historias se tratan de amor, pero no todas son del mismo tipo. Esa tarde cada quien dejó lo que debía dejar y se marchó con lo que necesitaba.

 Ambas se van de la mano, y ella, mucho más joven y sencilla, se marcha con una pequeñita que le pide un globo antes de volver a casa. Yo me marchaba satisfecho, más joven y con ganas de empezar de nuevo y cuantas veces fuera necesario.



  Ya no era un letrero escrito a las apuradas. Ahora había a su lado un latón dorado, que con letras rojas decía: “se oyen historias de amor”.







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