SOÑÉ CONTIGO HACE UN PAR DE NOCHES
Siempre aparecía allí, parada en aquél rincón donde la realidad se funde con el sueño, mirándome picaresca, con su pelo rojizo haciendo contraste a una piel blanca, ceñida a su figura menuda. Surgía de la nada que se hace presente al adormecerse, con una sonrisa como una invitación traviesa para soñarla noche tras noche.
Por pura
casualidad, una tarde (no recuerdo si despierto o dormido), empecé soñándola primero
por dentro, para luego ir dibujándola a pinceladas furiosas en el lienzo que
aparecía al cerrar los ojos.
Siquiera soñarla ya era un milagro. Dormiría
días enteros si mis sueños me dejaran verla cinco minutos. Siempre estaba allí, puntual a nuestra cita de cada noche sin fallar ninguna.
Era ella
mi sueño recurrente, de aquellas mujeres que parecen salidas de una ficción, y que
le dan ganas a uno de escribirla sobre un pedazo de tiempo. Una mujer que
vagaba a pasitos de niña en mis pocas horas de sueño, juguetona, desordenando
todo en mi mente, mientras yo le pedía mil deseos a las estrellas fugaces presas
en sus ojos.
Pasamos así muchas noches de lunas que vagaban colgadas
entre estrellas, hasta que una de esas noches me dijo adiós. Soñé
con ella una despedida risueña, donde le llevaba un ramo de flores frescas y una
luna llena para alumbrarle el camino. Ella sólo me entregó uno de los tantos
deseos que le pedí, escrito en un papel. Desperté para nunca volver a soñar con
ella.
Frustrado,
inmerso en una realidad apagada, me sentía opaco. Era yo mismo pintado sobre un
lienzo gris, sin ganas de dormir, sentado en un rincón y curando mis heridas a
punta de lamidos.
La llamé
a gritos, con el resumen de cientos de versos que habían olvidado como salir de
mi cabeza. Quería soñar con ella otra vez, pero nunca mas volvió.
Una tarde
la vi. Una muchacha idéntica a la que aparecía en mis noches, me reconoce entre la gente. La miré a los
ojos y al instante comprendí la belleza del misterio. Aquella joven se acerca
sin dar crédito a lo que ve. Ambos soñábamos
despiertos. Yo sólo pude decirle:
-Soñé contigo hace un par de noches.
-También yo.
No hubo
más necesidad de palabras. De todas formas, las conexiones de la vida son misteriosas
e infinitas, y las oportunidades siempre vuelven. A veces disfrazadas de algo distinto.
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