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miércoles, 21 de septiembre de 2016

UNA ROMÁNTICA AUTOPSIA

UNA ROMÁNTICA AUTOPSIA



 Su pelo fino, suave y negro como el betún y la noche, era largo hasta un poco más abajo de los hombros. Su figura, delgada y no muy alta, descansaba ahora sobre la mesa de acero del servicio médico legal, inmersa en el letargo último y mágico de su luminosa existencia humana.

 Eran ya las primeras horas de la madrugada, y me aprestaba a sacar el arsenal quirúrgico del cajón a un lado de la mesa. Es entonces cuando en su pálido rostro, aparece un leve asomo de dulzura; un guiño travieso de sus ojos fijos en la nada inmensa, y una sonrisa tenue (nada decorosa), se dibuja en un rosa blanquecino, producto del rigor mortis. De alguna manera sobrenatural, ella sabía que mi atención estaba puesta en su cuerpo, y parecía disfrutarlo, del mismo modo en que lo hacía hasta hace un par de años atrás. Era el último coqueteo que podía hacerme.

 No era la primera vez que cosas como estas ocurrían; en algunas ocasiones, otros cadáveres también presentaban conductas algo extrañas, nunca desagradables del todo, aunque a veces eran algo desafiantes.

 Pude diferenciar una gran variedad de expresiones, típicas de edades, de sus vidas, y aunque esto no era un secreto entre mis colegas, rara vez tocábamos el tema. Todo siempre ocurría de noche, como si las estrellas cantaran alguna canción desconocida que los hiciera reaccionar por un momento y la luz de la sala resaltaba sus gestos.

 Le tomé las huellas, poniendo tinta con suma delicadeza en sus dedos para luego estamparlos en unas hojas tan blancas como su descolorido cuerpo. El flash de mi cámara va haciendo un testimonio gráfico de un momento tan artístico como terrible, y mientras, sentado a su costado izquierdo, voy anotando los detalles. No puedo dejar de verla sonreír mientras sus pupilas tratan de alcanzarme. Le sonreí de vuelta y me acerqué.

¿Te acuerdas de mí, de nosotros…?le pregunto mientras desabrocho su blusa. Ella sólo hace un fino movimiento de arriba hacia abajo con su vista. Su leve sonrisa tomó un matiz de arrogancia.Parece que si.Le digo casi en tono de reproche.

 Ella se había ido con otro justo el día que nos íbamos a casar. Mi rencor se había esfumado junto con el amor que un día hubo, aunque no sabría decir cuál de ellos desapareció primero.

 Prosigo con su pantalón. Ella no pierde detalle y el lívido matiz de su rostro pareciera adquirir un tono rojizo débil. Sus ojos me buscan, intentando hallarme entre la nada y el aire. Desabrocho el botón, abro el cierre y tiro hacia abajo. Su vista ahora me elude casi avergonzada.

 Sólo tenía puesta su ropa interior. Un conjunto verde con negro que resaltaba en el blanco de su figura mientras encendía mis recuerdos de hace tiempo, esos que estaban tan muertos como ella.

 Le acomodé el pelo sobre los hombros y disparé sin piedad la cámara sobre su cuerpo otra vez. Se veía hermosa. Tan vulnerable y fría como en vida.

 Mi dedo índice conecta suavemente mi mano derecha con el nacimiento de su pecho, deslizándose suave hasta dibujar círculos alrededor de su ombligo. Un leve temblor de su desvaído cuerpo me hace mirarla a los ojos. Percibí una sonrisa picante, casi indecente y le sonreí de vuelta meneando mi cabeza mientras una jeringa entraba lenta y firme en su brazo izquierdo en busca de una muestra de sangre.

 Terminé de desvestirla sin mucho arte, admirándola como quien aprecia la belleza de una flor marchita. Como quien se fascina con el esplendor de una ruina.

 Ella, sin vida, desnuda y vulnerable como nunca antes, pone en su cara un gesto de hastío mientras examino toda la extensión de su cuerpo en busca de moretones. Hago de ella lo que quiero y ella se sabe reducida a ser una más de tantas con las que he hecho lo mismo.

 Su vista trata de eludirme mientras tomo las últimas fotos, ya sin ningún pudor ni respeto. Por una vez en mi vida la traté como lo hizo conmigo.

Te apuesto  que nunca pensaste que ibas a pasar por esto, creíste que jamás me ibas a volver a versonrío un poco mientras recuerdo como me hacía promesa tras promesa, que si la casa y los niños, que había que poner una reja blanca por el perro. Hasta me hizo pensar en un nombre para el niño horas antes de irse con otro. Ella nunca supo querer a nadie y era gracioso que ahora me hiciera gracia.

 Vuelvo a acomodarle el pelo, siempre lo hacía. El brillo de sus ojos me busca y sus labios se mueven un poco, como si quisiera decir algo.

 Hago el primer corte en su pecho, empezando desde su hombro mientras ella observa entre nerviosa y divertida. Sus labios tiritan al compás de la luz de los tubos fluorescentes. El bisturí se desliza suave y su movimiento es sustituto de la última caricia que quizá le debía. Me detengo en su hueso púbico y un segundo corte completa la incisión en forma de “Y”. Ella sólo me mira fijo y sus labios hacen el empeño de curvarse en una sonrisa. Una extraña sonrisa.

 Abro la piel con ayuda de un costótomo y examino sus órganos. Ella no deja de mirar. Me dispongo a tomar nota de cualquier anormalidad y es entonces cuando veo un detalle, ese detalle que encajaba perfecto para cerrar todo el asunto. Encendí la grabadora.

La paciente presenta cardiostenosis, un caso claro a simple vista. Me dispongo a retirar su corazón para estudio.

  Su expresión había cambiado a una mueca de burla y desdén. Ni siquiera después de muerta había mejorado su conducta; desde siempre vagaba entre lo tierno y la burla malintencionada.


 Después de esto, no me extrañaba que no supiera querer. Su corazón era anormalmente pequeño.










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