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viernes, 25 de septiembre de 2015

FUTURO PRESENTE 2- LA GLORIA DE DIOS


LA GLORIA DE DIOS


 Flotaba entre las nubes como un espejismo, oníricamente distante y soberbia sobre la tierra, aquella colmena de edificios blancos como el alabastro, con rostros humanos tallados en sus costados, que miraban con falsa piedad el mundo bajo sus ojos. Era un cielo dentro de otro cielo, poblado por ángeles mecánicos y serafines humanos de cabellos claros.   

 En aquella isla perdida en el mar del cielo, cantaban canciones en idioma binario aquellas almas electrónicas encargadas de velar el cumplimiento de las leyes en la superficie. Un paraíso errante en el cielo, viajando sobre nubes de acero, flotando brillante a la diestra del sol.    
  
 En esa utopía, resaltaba una figura en los pasillos de la séptima cubierta. Iba de camino a su oficina, con pasos firmes y lentos, tarde como era costumbre, pero sin importarle. Claro, era la ventaja del ser el gerente, director y dueño de todo cuanto había, desde la cafetera hasta las lujosas estatuas del despacho.

 Era este prodigio volador, la empresa más ambiciosa del hombre, la más grande, la puerta hacia la llamada segunda edad de oro. Una ciudad fábrica, una planta refinadora de oxígeno totalmente autosustentable, cuyos procesos estaban controlados por inteligencia artificial y supervisados por clones de aspecto andrógino.

 Además de autosustentarse, debía administrar todos los recursos existentes de un planeta Tierra arruinado, además de velar por el sustento y comercio de las ciudades domo, aquellos diamantes semienterrados, semejantes a pequeños jardines del Edén, eran los principales compradores de toneladas y toneladas cúbicas de oxígeno, necesario para poder enviar sus navíos al infinito y mantener sus granjas de hidroponía.  

 No le importaban gran cosa sus clientes; de hecho, los consideraba no más que despojos, juguetes de su capricho en el mejor de los casos, sólo por una cuestión de orgullo y nada más que orgullo.

 Había algo particular en su situación, una pequeña contradicción casi como un chiste cruel. Aquellos que despreciaba por el sólo hecho de estar abajo, habían sido los que le habían elevado sobre las nubes. Lo sabía y no le importaba. Sonreía ocultando el veneno tras una mueca cordial mientras ignoraba los pedidos. De todas maneras era el único que vendía la solución a los problemas del mundo.

 Estaba solo, flotando mezquino en un palacio impecable, en esa unión cósmica entre el vacío de su alma y el profundo azul del cielo, sonriendo con un desprecio infinito como el espacio.

 Era un hombre maldito, un gerente brillante. Un megalómano en toda regla, un dios de medio pelo que, regocijándose en una miserable cuota de poder, en un paraíso metálico y brillante, mira con desdén infinito a la humanidad entera.  





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