Después de llorar las penas nos damos cuenta de cuanto valemos, de lo que necesitamos y de lo bueno que está por venir.
No quise especificar un género para que se aplique a cualquier lector.
EL PLACER DE LLORAR
Se le
caían las penas desde el mar colgado de sus ojos, cada tarde y sobre todo en las
fechas importantes. Un llanto cincuenta y cincuenta de rabia y pena, una
condena voluntaria, una purga desesperada de los malos días.
Con
meticulosidad de relojero, iba seleccionando entre los recuerdos, dando
prioridad a aquellos que llevaba clavados con mas fuerza en aquella ruina
golpeada que le latía de mala gana en el pecho, y con la esperanza de no seguirse
maltratando, prefería echarlos fuera, ahogados, reducidos a nada mas que un
llanto de una hora, siete veces por semana, durante un par de años.
Tanta
era la pena, que le hacía llegar la noche a las escasas sonrisas que era capaz
de dar. Tan grande que constantemente le pedía que lo llevara hasta el fin del
mundo.
Así se
le fueron los minutos de arena y se le deshojaron los meses del calendario.
Le había
tomado cariño a sus sesiones de desahogo. Llorar le daba el placer de marchitar
todo el odio y el miedo, propios de una bestia herida, ayudando a cicatrizarle el
alma. De tanto sangrar su pena por los ojos, un día, sin notarlo, empezaron a cerrarse
las heridas. Se dio cuenta que dentro de sí, tenía el alma y los huesos de un
viejo bardo.
Se dio
cuenta que para viajar, había que tener el alma limpia y liviana, los sueños
intactos, y un mundo juguetón y risueño en los bolsillos. Se dio cuenta que empezaba una nueva historia y lo
bueno estaba por venir.
Desde
sus ojos había llovido tanto en su jardín… Tanto , que ahora sólo tocaba esperar las
flores.
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