EL AMOR Y LA GUERRA
Se jugaban la vida aquella noche, peleando sueños imposibles, cansados, gastados, olvidando en cada movimiento cuánto vale el dolor. La escasa luz les golpea a ambos la cara, haciendo brillar sus ojos de bestia mientras tratan de dominarse el uno al otro.
Ambos cedían ante las embestidas que se daban; a ratos se inmovilizaban, sabían el peso de sus manos, conocían bien la técnica. No iban a arriesgarse a dar pasos en falso en medio de la noche, no con los ojos cubiertos de sudor, no con el olfato pendiente de todo.
Se maltrataban a sí mismos a través de la carne del otro, de un modo tal que con sólo una mirada se masticaban el alma. Se llevaban casi al borde de la sensación de la muerte, disfrutando el sopor de la semiinconsciencia, llegando a las puertas del cielo, minuto tras minuto, atajo tras atajo.
Los ataques no causaban más que débiles rasguños, y la carne adormecida les iba quitando la sensación de estar vivos. El instinto les hacía querer rendirse; no huir, sino entregarse. Ya no luchaban por someterse. Ahora lo hacían para encontrar el lugar más cómodo para caer y entregar el alma.
Un cuerpo se desploma casi derrotado, ocultando con furia su último aliento, mientras aquella sombra menuda lo reduce bajo su peso. Él sabía que jugar limpio era siempre un error, y desde la nada asesta un último golpe certero.
Ella se desploma como cuando caen las estrellas del cielo, y se deja caer sobre su pecho. Su mirada se había hecho amplia y luminosa. Había sido derrotada. Ambos se hunden en un mar de sábanas blancas.
Esa noche se hicieron de todo. Se hicieron el amor y la guerra. Ahora ambos cierran sus ojos apagando el universo.